La rutina cotidiana nos envuelve entre grises muros y ruidos urbanos. Día tras día, vivimos aislados como pequeñas burbujas, agitadas por el acelerado ritmo de nuestro estilo de vida moderna. En el interior de un espacio organizado y controlado que nos proporciona una presunta seguridad existencial. En un entorno tecnológico donde se impone la comunicación digital entre las personas y la creciente realidad virtual pretende emular la propia naturaleza.

Para la psicóloga, filósofa y divulgadora HEIKE FREIRE hemos construido nuestra cultura de espaldas a la naturaleza y a nuestro propio origen, apartándonos de la esencia biológica que somos y a la que pertenecemos. Con la ilusoria pretensión de escapar a las incertidumbres de la vida, hemos supuesto un destino que nos coloca por encima de las otras especies de seres vivos. Sin embargo, a pesar de ello, nuestra aversión al riesgo nos mantiene apegados al miedo; inmersos en una relación de poder y dominancia sobre la Tierra y los demás seres con los que convivimos. Este progresivo aislamiento nos aleja de nuestra propia esencia, de nuestras emociones, sentimientos y deseos más auténticos, y nos niega una de las experiencias humanas más trascendentales: sentir que formamos parte de algo más grande.

“En la naturaleza aprendemos a confiar en la vida, a aceptarla tal y como es,

y a aceptarnos también a nosotros mismos”

(Heike Freire)

Si queremos mantener la sostenibilidad de nuestra supervivencia en el planeta, la ecopsicología nos advierte sobre la necesidad de un profundo cambio en el modo de pensar y sentir de los seres humanos. Un cambio que comienza por satisfacer nuestra demanda innata de contacto directo con la naturaleza, tan importante para la salud de las personas como para su aprendizaje.

Desde que Richard Louv acuñara en 2005 el término “Trastorno por déficit de naturaleza” (TDN), numerosos estudios han puesto de manifiesto que los seres humanos tenemos una necesidad biológica de contacto con el medio natural. Este déficit de contacto está relacionado con problemas de salud que afectan no sólo a nivel de los individuos, sino también de las familias y las comunidades. Las investigaciones psicológicas destacan las ventajas de “salir al campo” para tratar ciertos desórdenes físicos y mentales de nuestro estilo de vida moderno: ansiedad, depresión, estrés, falta de atención, hiperactividad, obesidad, enfermedades respiratorias y circulatorias. Dolencias que no solo padecemos en la infancia y cuya causa común podría ser la falta de contacto con el medio natural.

¿Quieres disfrutar cómo un niño cuando sales al campo?  Muy sencillo, permítete correr, saltar, gruñir, retozar y mancharte como lo hacen los niños. Se considera que nuestro cerebro adquiere el 90% de los aprendizajes que va a recibir a lo largo de toda la vida durante los seis primeros años de vida. Esta etapa es la más importante en la configuración de nuestros patrones emocionales. Y la vía más efectiva para crear nuevas conexiones sinápticas es a través de la experimentación. Toda experiencia está asociada a una emoción, pues conlleva sentir e impregnar con matices emocionales la experiencia vivida (SANDE, J.A.).

Y es que el “verde” tiene importantes efectos positivos sobre nuestra salud física, emocional y cognitiva. La psicología ambiental ha puesto de manifiesto que el colorido del medio natural tiene un efecto calmante y relajante, ofreciendo un entorno que deja libre la atención y nos permite descansar de la fatiga mental. Mejora la creatividad y nuestra tolerancia a la frustración y el estrés. Las actividades al aire libre, reducen el riesgo de padecer enfermedades mentales, aumentando la sensación de bienestar y la autoestima.

Para favorecer esa conexión de las personas con la naturaleza y aumentar sus efectos positivos, en emonatura implementamos las actividades desde una perspectiva diferente en la interpretación ambiental. Un enfoque cuyo centro del aprendizaje no es la información, sino la relación emocional entre las personas con el entorno. Así, creamos un contexto para el aprendizaje que:

– Ayuda a aprender, en lugar de enseñar.

– Desde la empatía, no desde la argumentación intelectual.

– Mediante la experimentación y el autodescubrimiento, en lugar de la transmisión de información teórica.

Con la visión sistémica e integradora que nos proporcionan las ciencias ecológicas, facilitamos una comprensión global de nuestro entorno, aprendiendo a valorar y respetar las diferencias de la diversidad, y a mantener las relaciones de equilibrio, pertenencia y prevalencia entre los elementos que formamos parte de él.

Y en cualquiera de los ecosistemas a los que perteneces, ya sea en tu ámbito familiar, social o laboral, cada individuo/a necesitamos disponer de nuestro propio espacio personal.  ¿Quieres saber cómo es tu singular burbuja?

Te proponemos este “respiro” para el autodescubrimiento

 ¿Cuál es el tamaño de tu burbuja? ¿De qué color es? ¿Contiene algo que brille? ¿Cómo es su contorno? ¿Nítido o difuso?

¿Qué sonidos escuchas en su interior? ¿Son palabras, música o ruidos? ¿Cómo es su volumen?

¿Qué hay dentro? ¿Qué elementos integra? ¿Quién más te acompaña?

¿Cómo es su temperatura? ¿Es cálida o fría? ¿Corre el aire suave? ¿Percibes algún olor? ¿Algún sabor?

¿Cómo te hace sentir? ¿Qué te aporta? ¿Quieres cambiar algo en ella? ¿Hay algo que te impida salir?

Con emonatura TÚ sientes el cambio!!!

 

Ilustración:  © Emonatura (2022)

REFERENCIAS

FREIRE, H. (2011) Educar en verde. Ed. Graó. Barcelona.

SANDE, J.A. (2017) Educación emocional infantil. Ed. Sincronía. Barcelona.

 

“Las 3 claves que deberías conocer”  (En el próximo artículo)