En la naturaleza no hay una existencia placentera, ni exenta de riesgos y sobresaltos. También en nuestro quehacer cotidiano, estamos sometidos a las cambiantes circunstancias del medio. Y ante las condiciones adversas o estresantes del medio, los seres vivos estamos diseñados para el cambio.

A pesar de ello, nos aferramos a ideas o pensamientos que pueden representar el primer obstáculo para el cambio que deseas. Son algunas de las creencias que rigen tus acciones y limitan los recursos que dispones; por ejemplo: “Yo soy así y nunca podré cambiar”, “Me han educado así y ahora no puedo cambiar” o “Ya soy mayor para cambiar, no tengo edad para eso”.  ¿Verdad que te suena alguna de ellas?

“No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.

(Charles Darwin)

 

Solo un poco de biología para desmontar algunas de las creencias limitantes que determinan nuestro comportamiento.

Los conocimientos en neurociencias ponen de manifiesto la elevada capacidad asociativa y la enorme complejidad de conexiones que se dan en el sistema nervioso humano. En el encéfalo tenemos unos 85.000 millones de neuronas; cada una de las cuales puede estar interconectada con 10.000 conexiones sinápticas. ¿Te imaginas las posibilidades de nuevas conexiones que puedes llegar a establecer?

El sistema nervioso tiene la capacidad para cambiar su estructura y funcionamiento, en respuesta a los cambios, tanto del medio externo como interno. Tus órganos sensoriales están diseñados para captar los cambios de energía que se producen a tu alrededor, y tu sistema nervioso se adapta ajustando sus capacidades en función de las diferentes situaciones. Pues bien, está demostrado que la plasticidad cerebral se mantiene a lo largo de toda la vida del individuo (SAIZ-SÁNCHEZ, D. & al.).

Y no solo eso, las investigaciones también han descubierto que tenemos la capacidad para “modelar” esta plasticidad cerebral a través de nuestros hábitos y estilos de vida: practicando ejercicio físico moderado, con una alimentación saludable, aprendiendo nuevas habilidades, saliendo de la rutina para hacer cosas diferentes, etc. (TREJO, J.L. & SANFELIU, C.).

Desde la perspectiva genética, sabemos que el genoma humano está integrado por 23 pares de cromosomas, un patrimonio de 23.000 genes que contienen toda nuestra información genética. Es decir, serían como el “libro de instrucciones” que se transmite de generación en generación y, dependiendo de los que heredemos, condicionará cómo seremos.

Las recientes investigaciones en genética y bioquímica también ponen de manifiesto la influencia de algunos factores ambientales sobre la estructura de los cromosomas; concretamente en la longitud de sus extremos (“telómeros”). Así por ejemplo, se conoce el efecto positivo de ciertos hábitos (ejercicio físico, alimentación o la práctica del mindfulness), que favorecen la segregación de una enzima (“telomerasa”) que alarga dichos telómeros, aumentando la esperanza de vida. Por el contrario, también se sabe el impacto negativo que provocan otros factores (sedentarismo, contaminación ambiental, estrés, soledad, etc.) sobre el riesgo de envejecimiento y enfermedades oncológicas (ROJAS ESTAPÉ, M.).

Los descubrimientos en epigenética también revelan los efectos que tienen algunos factores ambientales en la expresión o no de nuestra herencia genética. El hecho de que un gen contenga determinada información sobre cómo seremos, no implica que ésta se manifieste siempre, ya que existen factores del entorno que provocan que el gen pueda activarse o no. Es decir, aunque nacemos con un determinado código genético, su expresión puede cambiar en función de las condiciones del medio y de las experiencias que vivimos. Por tanto, la herencia genética que recibimos y transmitimos nos condiciona, aunque no determina quiénes somos.

Lo significativo de todas estas aportaciones científicas es que demuestran que es posible modificar la expresión de los genes cambiando los factores del entorno, nuestros hábitos y estilos de vida, y eso nos hace responsables de nuestros destinos.

Así pues, no existen fundamentos biológicos que sustenten esas creencias a las que nos aferramos, de manera consciente o inconscientemente, para evitar el cambio. Eso sí, tu organismo debe recibir las señales adecuadas del entorno exterior e interior. Ahora ya sabes que dispones de todos los recursos biológicos que necesitas para emprender ese cambio que deseas. ¡Y es enormemente gratificante la sensación de empoderamiento que, sobre uno/a mismo/a, genera esta posibilidad!

¿Quién ha dicho que el cambio fuera sencillo? Como cualquier cambio, requiere entrenamiento. ¿Cómo comenzar?  El camino empieza con el cambio de esa creencia que tanto te limita.

Aquí tienes los cinco primeros pasos para explorar tus creencias:

1º) Haz una lista con las principales creencias que guían tu comportamiento.

2º) Entre todas ellas, identifica cuáles son las que pueden limitar o bloquear los recursos, habilidades y posibilidades de los que dispones.

3º) Selecciona la que te parezca más limitante y averigua cuál es el beneficio, propósito o recompensa que obtienes al creerte eso.

4º) Construye una nueva creencia con la que obtengas el mismo beneficio que la anterior, aunque de manera más ecológica y sostenible para ti.

5º) Pon en práctica esa nueva creencia, empezando con tus pequeños hábitos cotidianos.

Con emonatura TÚ sientes el cambio!!!

 

 Ilustración:  © Emonatura (2022)

REFERENCIAS

– ROJAS ESTAPÉ, M. (2018) Cómo hacer que te pasen cosas buenas. Ed. Espasa.

– SAIZ-SÁNCHEZ, D. & al. (2015) Fundamentos de neurociencia cognitiva. En: Psicología médica. Ed. Elsevier España S.L.

– TREJO, J.L. & SANFELIU, C. (2020) Cerebro y ejercicio. Ed. CSIC.

 

“Con la biodiversidad, laboratorio de creatividad”  (En el próximo artículo)